Me enamoré del baile mientras vivía en Quito, Ecuador, donde todos bailan. La danza es parte del tejido de la familia y la vida allí. Cuando comencé a ver mejoras en una clase de danza urbana con un maestro increíble, me creí la idea de que realmente podía aprender a bailar. ​ Llegué a un punto en la vida en el que me sentí destrozada. Había estado trabajando para una fundación llamada End Slavery Ministries Ecuador. Me encontré no preparado para hacer frente a algunas de las oscuras realidades que había encontrado. Comencé un proceso de curación para mí, que incluyó acudir a terapia y trabajar en un programa de recuperación. Mientras tanto, seguí con mi recién descubierto amor por la danza. ​ Aunque muchas de las cosas que estaba aprendiendo fueron útiles, la danza comenzó a curarme más que cualquier otra cosa. Me matriculé en danza en la universidad local y me enamoré del ballet. Aprendí a prestar atención a mi cuerpo y escuchar verdaderamente lo que estaba pasando. Ver el progreso físico me recordó el patrón que seguiría mi corazón para sanar y progresar. Ser vulnerable en una comunidad alentadora y solidaria satisfizo la necesidad de conexión en mi corazón. Aprendí a alinearme y respirar, y mis dolores de cabeza tensionales incluso comenzaron a desaparecer.